Bernardine Evaristo: «el tipo de escritora que soy». Entrevista en el Hay Festival 2022.


La escritora británica Bernardine Evaristo fue una de las invitadas al Hay Festival Cartagena, 2022. Nohora Arrieta F. la entrevistó para Canal Cultura.

Bernardine Evaristo ganó el Booker, el premio literario más prestigioso del Reino Unido, el 14 de octubre de 2019. Aunque ya había cumplido sesenta años la noche de la premiación, su rostro, enmarcado por un afro feroz y aretes redondos, no era familiar para la caterva de medios, periodistas y lectoras que se apresuraron a comentar la noticia. Pero Evaristo no era nueva en el oficio. Todo había empezado más o menos a mediados de los ochenta, en la escuela de teatro de la que se graduó con veintipocos. Agotada de que le ofrecieran papeles de empleada doméstica, fundó con un par de amigas su propia compañía, el Teatro de mujeres negras. Después vinieron la poesía y la prosa: la colección de poemas Island of Abraham en 1994 y las novelas Lara (1997), The Emperor´s babe (2001), Soul Tourists (2005), Blonde Roots (2008), Hello Mum (2010), que vendían poco pues el interés experimental de su autora las hacía “muy literarias”. Ya entrada en los cuarenta, cursó un doctorado, se convirtió en profesora de una universidad prestigiosa y lideró iniciativas para diversificar el campo editorial británico –entre ellas el Premio internacional de poesía africana de Brunel–, tan blanco y masculino. Lo que ella llama “su activismo” por las letras negras, asiáticas, africanas o de mujeres hace que con frecuencia le pregunten más por su identidad que por la práctica de escritura. Evaristo piensa que la pregunta dice más de aquellos para quienes su identidad (¿la de una mujer negra que escribe?, ¿es acaso eso una experiencia única?) es algo desconocido, nuevo, gente que rara vez miró más allá del propio ombligo. Ella, en cambio, siempre ha estado mirando un poco más allá: ¿Cómo era el día a día de los Agudás, africanos que regresaron de Brasil a Nigeria después de la abolición de la esclavitud en las Américas?, ¿Cuáles las vicisitudes de una adolescente nubia en Londinium en el año 50 antes de cristo? Lo suyo es el riego, contar historias que se cuentan poco, aquello que en una conversación con Aurora Vergara definió como lo impensable, lo que queda por fuera, casi en el margen, de los discursos y los relatos que contamos todos los días, que parece que no es, pero es. Historias que, como la trayectoria de Evaristo, parecen nuevas, pero siempre han estado allí: solo basta prestar atención.

Pienso que hace un par de años esta era una conversación impensable: Evaristo sin un premio y yo sin una lengua para preguntarle. No había ventanas en el salón del segundo piso del Centro de Convenciones dónde ocurrió; pero si alguien se asomara por una de las del primero, vería el agua gris casi oscura que rodea el muelle y el cielo transparente de finales de enero. Un poco más allá, encontraría las cúpulas de las iglesias del Centro Histórico. Con un esfuerzo mínimo podría intuir el paisaje de los barrios del norte de la ciudad que aparecen una vez se abandonan las cúpulas del centro y se toma la avenida Pedro de Heredia con dirección a Chambacú: Torices, Santa Rita, Canapote, San Francisco, barrios en los que Funsarep, el movimiento de mujeres negras barriales o la Corporación Cultural Cosecha crean, todos los días, lo impensable: las posibilidades de habitar una ciudad que parece que no existe, pero es.

Me gustaría empezar con tu novela Niña, mujer, otra, que ganó el premio Booker en 2019. Mientras la leía, pensé en otras escritoras negras a quienes había leído antes (Zadie Smith, Edwidge Danticat) y empecé a relacionarlas con tu obra, a imaginar cómo ellas habían bebido o no de eso que leía. Y, de hecho, hay un momento en Niña, mujer, otra en el que Winsome habla de sus escritoras favoritas y menciona un grupo maravilloso de caribeñas entre las que están Jamaica Kincaid y Grace Nichols. ¿Podrías hablar de la tradición de escritoras negras que ha influenciado tu propia práctica como escritora?

Es tan importante hablar de la tradición literaria de las mujeres negras. A menudo las escritoras tienen éxito y es casi como si se las viera en el vacío, porque nadie conoce el contexto de su literatura. Yo vengo de una época, hace cuarenta años, en la que la fuerza dominante de la literatura de mujeres negra estaba en Estados Unidos. Había algunas escritoras en África, pero no tantas, y en el Caribe. En Gran Bretaña no había muchas y los libros a los que teníamos fácil acceso eran libros de escritoras afroestadunidenses. En la década de los ochenta, Alice Walker ganó el Premio Pulitzer y Steven Spielberg, que era el director de cine más importante del mundo, convirtió El color púrpura en película. Y luego estaba Toni Morrison con Beloved, que también ganó el Pulitzer y después el Nobel. Pero yo leí estos libros antes de que todo eso pasara, y fueron ellos quienes me dieron permiso para ser escritora, porque se centraban en las narrativas de mujeres negras.

Varios de esos libros fueron una gran influencia para mí, ¿sabes? Tengo que decir algo sobre El color púrpura: aunque soy un tipo muy diferente de escritora, ese libro tuvo un gran impacto emocional. Estaba escrito con mucha sencillez y trataba de un tema tabú. Walker recibió mucho palo por eso. La gente le decía que estaba sacando a relucir nuestros trapos sucios, que no debía hablar de incesto en la comunidad negra. Pero ella era muy feminista y se atrevió a hacerlo. Así que El color púrpura fue sin duda una influencia importante. Toni Morrison fue una escritora que me inspiró durante mucho tiempo. Ya sabes, cuando eres joven, los libros que más significan para ti son los que más te impactan. Los escritores de hoy me inspiran menos que cuando era muy joven y descubría esta literatura. Tenía hambre de ver las vidas de las mujeres negras representadas en la literatura. Probablemente fue Sula el libro de Morrison que más me impacto. Creo que Beloved es una obra maestra, es increíble, ¿verdad? Pero Sula surge de la vida de una niña negra, de una mujer negra. Eso fue realmente importante.

Un libro que me inspiró como dramaturga fue For Colored Girls who have considered suicide / When the rainbow is enuf, de Ntozake Shange, que se lee como un libro de poesía, pero fue escrito para el teatro. La pieza llegó a Londres en 1979, cuando yo era estudiante de teatro. La presentaron en el West End y fue increíble. Seis mujeres afroestadunidenses en el escenario contándote trozos de sus historias a través de la danza. Era una producción preciosa pero el teatro estaba vacío. En aquellos tiempos la gente no estaba interesada. Cuando empecé a escribir teatro, que fue en ese momento, empecé a escribir poesía; y me sentí muy inspirada por ella. Es muy importante para una mujer negra joven ver que otras lo están haciendo, ver diversas manifestaciones de la vida de las mujeres negras en la cultura, en las artes, en la literatura a tu alrededor, para mostrarte que puedes hacerlo, especialmente si vives en una cultura blanca, y una cultura patriarcal blanca. Es muy fácil sentirse infravalorada, marginada, que no eres digna de ser el centro de la narrativa. Estas son algunas de las escritoras que realmente me ayudaron a convertirme en escritora, aunque me convertí en un tipo de escritora muy diferente.

Quizá podamos hablar de eso, del tipo de escritora que eres. Mientras leía Niña, mujer, otra o el ensayo Manifiesto, que publicaste en 2021, pensaba en cómo el humor, la risa, es fundamental en tu obra y en tu estilo. Recuerdo que durante mi lectura de Niña, mujer, otra, pensé mucho en la obra de Swift, y también en Moll Flanders o Tristram Shandy. Sentía tu novela como “muy británica”, pues me recordaba elementos de aquello que en los cursos de literatura de la universidad nos enseñaban como literatura británica canónica (la presencia de cierto tipo de humor, el trabajo con el lenguaje). Pero al mismo tiempo pensaba en Paul Gilroy y su teoría de la modernidad y la doble conciencia: siendo “tan británica”, la novela me recordaba el tono festivo que algunos relacionan con la idea de “black joy”. ¿Cómo llegaste al humor como algo central para tu oficio y tu escritura?

No he leído Tristram Shandy, pero no hace falta leer un libro para formar parte de una tradición, porque forma parte de la sociedad y la cultura, y otros libros que he leído pueden haberse inspirado en él. Y así se va filtrando en tu conciencia. Una de las cosas de las que más me cuesta hablar es del humor en mis escritos, pues se ha convertido en algo muy natural para mí, y ni siquiera lo considero británico porque soy británica. Cuando estás dentro de una cultura, es muy difícil mirarla desde fuera y decir, “dios, qué sentido del humor tan británico”, porque es simplemente el mío, ¿sabes? Tengo un marido inglés y tenemos el mismo sentido del humor y entonces, sí, es muy normal. Es muy normal para mí.

El humor es algo que desarrollé como escritora cuando tenía treinta y pocos años. Cuando escribía para teatro, me gustaba la tragedia. Estaba en una etapa de mi vida en la que todo era trágico, ya sabes, obvio, joven mujer negra creciendo en Gran Bretaña. Estaba enfadada y quería hacer llorar a la gente con mi escritura. Ese era el objetivo, hacerlos llorar para que sintieran dolor. Luego me liberé de eso al final de mis veinte años. Y cuando estaba en mis treinta, descubrí un gen humorístico. Yo estaba viendo cierto tipo de comedia que me hablaba. La comedia británica de televisión, especialmente en sus primeros años, era casi completamente masculina. Pero había un dúo llamado French y Saunders, formado por mujeres de mi edad. Y tenían un cierto tipo de comedia con la que en verdad me relacionaba. Por primera vez en la historia de mi vida, a mis treinta años, vi comedia con la que conectaba como mujer negra, a pesar de que eran dos mujeres blancas, porque no había ninguna comediante negra entonces.

Y eso me liberó con mi escritura. Pensé “quiero capturar ese sentido del humor tan femenino que tienen, con el que realmente me identifiqué cuando estaba en la escuela”. Ellas hacían sketches de chicas en la escuela que me encantaban. Cuando introduje el humor, mi escritura cobró otra vida, se volvió más animada, más irreverente. Y, ya sabes, hablando de “black joy”, empezó a darme alegría de una forma que mi escritura no me había dado antes. De alguna manera, desarrollé mi facilidad para el humor, que funciona de diferentes maneras para diferentes libros. Siento que si mi trabajo carece de humor, si estoy escribiendo algo y no hay humor, acabo en un callejón sin salida, y ya me ha pasado con algunas novelas en las que he tratado de ser muy seria. Cuando me leo, tengo que estar riendo en algunos momentos, no en todos, solo algunos, porque es una mezcla de comedia y tragedia. El humor expone la fragilidad humana y esa es una de las formas en que lo utilizo. Mi humor no es soberbio. No es superior. Trata de quiénes somos como personas y de nuestra falta de autoconciencia y de cómo nos vemos los unos a los otros, de las peculiaridades de nuestro carácter y personalidad y de todas esas cosas. Eso es lo que me interesa como escritora, pero mi libro Blonde Roots, que era un libro en el que invertía el comercio de esclavos y creaba un mundo en el que los africanos esclavizaban a los europeos, fue una sátira salvaje. Era muy Swift. Fue una sátira tremenda y tal vez algunas personas se ofendieron, pero era un tipo de humor diferente. El humor en Niña, mujer, otra es algo suave, es burlón, puedes reírte un poco. Sin embargo, explicar mecánicamente cómo funciona el humor en mi obra me resulta difícil. Me resisto a sobreanalizarlo. Si sobreanalizas e intelectualizas algo que se ha vuelto natural, entonces puedes volverlo muy consciente de sí mismo y ya no tiene gracia. Así que lo dejo ser lo que es.

Dices que el humor te liberó la escritura… Mientras leía Niña, mujer, otra, sentí que estabas abriendo un espacio de libertad para escritoras negras más jóvenes. Como dices, las agresiones con las que constantemente tienen que lidiar las mujeres negras en una sociedad racista parece que solo hicieran posible un relato del dolor. Pero leerte y encontrar esa gracia es como decir “vale, también podemos ser esto otro, como humanos, como escritoras”. Hay mucha libertad allí.

Sí. Había libertad y también la forma es libre; es libre, pero es disciplinada. La forma de ficción fusión, como yo la llamo. Y siento –y siempre he sentido esto desde que empecé a escribir para el teatro, probablemente influenciado por la obra de Shange–, que encontramos la forma que se adapta a nuestra escritura. No tenemos que exprimir nuestras vidas y nuestra creatividad como personas negras en la diáspora en una especie de forma fosilizada que ha durado para siempre. La alegría de experimentar es algo que he buscado durante toda mi carrera. No siempre acierto. Y a veces acabo en un callejón sin salida, aunque realmente no sea así, porque una cosa lleva a la otra. Pero a veces he intentado ser convencional y he fracasado. Lo siento, no he dicho fracasado. No usé la palabra fracaso (ríe)[1]. Ha sido un experimento que no funcionó del todo, pero condujo a algo más. Trato de no juzgar a mis personajes. Y eso es realmente importante. Enseño escritura creativa y convivo con gente que quiere escribir y a veces cuando están escribiendo una novela o un cuento, me dicen: “este personaje es malvado, realmente malo”. Y yo les digo: “no digas eso. No prejuzgues a tu personaje, deja que tu personaje sea quien es. Y deja que la lectora decida si le gusta o no”. Eso es lo que he hecho con Niña, mujer, otra. He permitido que esos personajes se reproduzcan para ser exactamente como son, con toda su complejidad y sus defectos, y su esto y su aquello, y luego la lectora obtiene lo que obtiene de ello.

Mi siguiente pregunta se refería precisamente a la ficción fusión y a tu experimentación con el lenguaje. Ayer, en la conversación con Aurora Vergara[2], hablabas de lo que significa que Niña, mujer, otra sea una ficción fusión. ¿Podrías contar un poco más sobre la forma en tu novela?

Me gusta la idea de difuminar las fronteras. Porque, ¿por qué no íbamos a hacerlo? Como artistas, deberíamos ser libres para experimentar e intentar juntar las cosas de un modo inusual. Yo llamo a esta forma ficción fusión, que creo que es un invento mío, y viene de mi experiencia escribiendo poesía para teatro, poesía en mi ficción. Ya había utilizado la ficción fusión en parte en mi libro anterior, y fue una experiencia tan encantadora que decidí que iba a escribir Niña, mujer, otra de esta forma, pues es una experiencia de escritura muy fluida. Sin embargo, después necesité mucha disciplina con las revisiones, para ajustarla de modo que la lectora pudiera leerla. Que fluya libremente significa que puede ir por todas partes y la lectora necesita una estructura. Aunque es mi tipo de estructura, y no es una estructura tradicional, la lectora necesita una estructura. Pasé unos dos años escribiendo el libro en un flujo libre y después fue una pesadilla para ajustarlo, editarlo, refinarlo, para que fuera legible, porque seguía y seguía como si estuviera un poco desordenado. Esa fue la tarea difícil, juntarlo.

Cuando el libro salió, leí algunas de las críticas y cada una tenía una opinión diferente de cómo funcionaba. Eso me gustó mucho. Era como si no hubiera una única forma de leer el libro, porque cada crítica decía que hacía algo diferente. Pero mi interpretación es que son 12 relatos y 12 personajes: 11 son mujeres, uno es no binario, y sus vidas derivan la una en la otra por la forma de la ficción fusión. Aunque cada una tiene su propia sección, el texto funciona más como una novela que como un libro de relatos. Además, está lo que llamo patrón pro poético, que significa que fui capaz de ir hacia atrás y hacia delante en el tiempo, en las cabezas de los personajes y fuera de ellos. Estoy dentro de ellos, estoy fuera de ellos, y cada personaje tiene otros personajes que entran en su vida. Es como un remolino de elementos que se han juntado para crear una forma que pueda albergar a estos 12 personajes por igual.

La gente me dice que le encanta la forma; pero si no hubiera ganado el Booker, la mayoría de la gente no leería este libro. O si lo hubieran tomado del estante de una librería lo habrían mirado y pensado: «Oh, se parece demasiado a la poesía». Pero en realidad, una vez que superas la resistencia inicial, pasa. Digamos que te resistes a la primera página, a la segunda, pero luego te dejas llevar. Y como no hay puntos y aparte… bueno, hay algunos puntos y aparte, pero en realidad no te detienen… Otra cosa que hace este flujo libre es que llega a tu subconsciente. Va a un nivel más profundo. Pasa algo en la experiencia de lectura que te hace sentir que estás en lo más profundo, en lo más profundo de la novela, en lo más profundo de la vida de los personajes, y es casi como una corriente de conciencia. Flotas en la conciencia de cada personaje a medida que entras en sus secciones. Y eso sólo es posible gracias a la forma. Si hubiera escrito frases tradicionales, párrafos tradicionales, habría sido un libro muy diferente y no habría sido esa experiencia de lectura.

Ayer conversaste con Aurora Vergara, un referente del feminismo negro en Colombia. Ese encuentro me pareció muy simbólico y me recordó que vivimos (en mi opinión) un momento vibrante para el feminismo negro, con mujeres negras activistas, académicas, escritoras, lideresas, repensando el país. Como alguien con una larga trayectoria en los feminismos negros, ¿se te ocurre un mensaje para las feministas negras colombianas?, ¿qué sería algo para tener en cuenta, algo para no olvidar en medio de los procesos de creación y luchas?

Es un largo viaje. Tienen que formar parte de una comunidad, no pueden hacerlo cada una por su cuenta, nada va a cambiar a través de un individuo, tienen que permanecer conectadas con las demás y apoyarse mutuamente de una manera beneficiosa para todas. Tienen que tener una visión de hacia dónde quieren ir, tienen que desarrollar resiliencia ante la resistencia que enfrentarán y que están enfrentando, porque eso es inevitable. Cuando vives en cierto tipo de sociedades, la gente está tan acostumbrada a tener el statu quo a su favor, que no entienden, se resisten a que las llamadas voces previamente marginadas quieran tener voz y voto, y una participación igualitaria en todos los aspectos de la sociedad. Deben hacer conexiones con el mundo feminista más allá de aquí; si hablan inglés, más allá del mundo hispanohablante, porque no sabemos lo suficiente sobre ustedes aquí y las apoyaríamos. Es tan fácil ahora tener intercambios a través de Internet, por ejemplo.

No sucumban a las luchas internas, a las peleas entre unas y otras. Eso llevará a la destrucción, y a veces se lo pondrán fácil a los demás. Divide y vencerás, divide y vencerás. Así que hay que tener cuidado con eso. Cada individuo tiene que responsabilizarse del futuro, de la campaña, de las causas de cada uno. No esperar a que otros lo hagan. Puedes tener tu política feminista, pero no es bueno que te la guardes para ti y no te conviertas en activista. Así que todo el mundo tiene que convertirse en activista y trabajar en unión con los demás, pero también asumir su responsabilidad individual.


[1] En su ensayo Manifesto, Evaristo afirma que no le gusta usar la palabra fracaso.

[2] Como parte de la programación del Hay Festival Cartagena 2022, Evaristo conversó con Aurora Vergara, en ese momento viceministra de Educación.

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