Por María Martínez para Canal Cultura

La Semana Santa en Cartagena, un crisol de fe y tradición, nos ha ofrecido este año un inesperado motivo de reflexión sobre la libertad creativa y los límites impuestos al arte, incluso cuando este busca explorar las profundidades de lo sagrado. El caso del cuadro vivo «Marías Hoy», una propuesta valiente y conceptualmente rica, nos interpela directamente sobre si el arte, al abordar temas religiosos, debe someterse a una suerte de «corrección» que diluya su capacidad de interrogar y resignificar.
La idea de la maestra KIZZIS RADE de trasladar las advocaciones de la Virgen María al bullicio habitual de una plaza de mercado no es una ocurrencia banal. Es una propuesta cargada de simbolismo, una invitación a repensar la presencia de lo sagrado en lo cotidiano, a encontrar en la figura de la Virgen un eco de las mujeres trabajadoras.
Imaginemos por un momento a la Virgen María no solo en la iconografía tradicional, sino encarnando los roles de mujeres trabajadoras de nuestra ciudad. Visualicemos a la Madre de Jesús vendiendo la luz humilde de una vela, ofreciendo el alimento del conocimiento a través de un libro, brindando el alivio de la sanación con una planta, o guiando con la luz de una linterna en la oscuridad. Esta imagen, lejos de buscar la irreverencia, podría interpretarse como un intento de acercar lo trascendente a lo terrenal, de encontrar un eco de lo divino en las luchas y los oficios que dan forma a nuestra existencia diaria. Es una poderosa metáfora de roles ancestrales reinterpretados en el presente.

Sin embargo, la materialización de esta visión artística se topó con obstáculos. Se le solicitó el retiro de ciertos elementos específicos, bajo interpretaciones que parecen priorizar una visión estática y quizás edulcorada de lo sagrado, lo que levanta una polvareda de interrogantes: ¿Existe una frontera invisible que el arte no debe cruzar? ¿Debemos aferrarnos a representaciones idealizadas, temerosos de confrontar la posible incomodidad que pueda generar una visión más cercana a la realidad que vivimos? ¿Hasta qué punto nuestra concepción de lo sagrado debe permanecer inalterable ante la realidad palpable que nos rodea?
El arte, en su esencia, es un espejo que refleja la sociedad en sus múltiples facetas, incluyendo sus creencias y su fe. Cuando se intenta edulcorar o limitar las formas en que se pueden representar los símbolos sagrados, se corre el riesgo de despojarlos de su conexión con la vida real, con las alegrías y las penas que experimenta la gente común. ¿No reside acaso una profunda forma de devoción en la capacidad de encontrar lo sagrado en lo cotidiano, en la identificación de las figuras de fe con las luchas y esperanzas de su pueblo?
Cuando se le pide a un artista que elimine elementos clave de su obra, bajo la premisa de que «la Virgen no es vendedora» o que ciertas representaciones son inapropiadas, se está aplicando una tijera ideológica que cercena la libertad de pensamiento y expresión. Se corre el riesgo de convertir el arte sacro en una mera ilustración complaciente, desprovista de la capacidad de generar un diálogo profundo y a veces incómodo.
Para el creador, ver cómo elementos esenciales de su obra son cuestionados y se exige su eliminación puede ser una experiencia desalentadora. El arte nace de una intención comunicativa, de una visión que busca resonar con el público. Cuando esa visión se encuentra con la barrera de lo «inaceptable», se genera una reflexión sobre el poder de las instituciones para moldear la expresión artística, incluso en el ámbito de la fe.

Lo que subyace no es si se debe banalizar lo sagrado, sino si se le debe permitir dialogar con el presente, resonar con las experiencias de quienes viven su fe en un mundo complejo y a menudo desafiante. El temor a la imagen «incómoda» podría ser, en realidad, un temor a confrontar nuestras propias concepciones y a permitir que la fe se exprese a través de nuevos lenguajes artísticos.
El caso de «Marías Hoy» nos recuerda que la fe no es un concepto monolítico e inmutable, sino una experiencia viva y en constante evolución. Permitir que el arte explore estas dimensiones, incluso desde ángulos inesperados, no debilita la devoción; al contrario, puede enriquecerla y hacerla más cercana y relevante para la sociedad actual. La obra que plantea la maestra KIZZIS RADE resuena con una verdad disruptiva: si no podemos imaginar una Virgen trabajadora, una María cercana a las luchas cotidianas, ¿qué tan real y profunda es nuestra propia fe?
Es hora de reflexionar sobre si estamos dispuestos a permitir que el arte piense, cuestione y nos ofrezca nuevas maneras de conectar con lo trascendente, o si preferimos mantenerlo dentro de los límites de una «corrección» que, en última instancia, podría empobrecer su capacidad de conmover y de generar un diálogo significativo. La Semana Santa, tiempo de reflexión profunda, nos brinda una oportunidad para considerar esta importante cuestión.





