
El Carnaval de Barranquilla, reconocido como patrimonio inmaterial por la UNESCO, es la fiesta folclórica y tradicional más grande del país. Pero fuera del baile quedan los invisibles empobrecidos de la realidad social colombiana.
Por: María Martínez para Canal Cultura
“Quien lo vive es quien lo goza” reza la frase de la gran fiesta de la Puerta de oro.

Es una fusión de colores que deriva en trajes de alegría y una tradición de expresiones multiculturales que da paso protagónico a la belleza, la música y el arte, con una capacidad única de cohesión social que supone dejar atrás todo tipo de brechas. No obstante, en el fondo más recóndito del que fuere el carnaval más importante de Colombia, se halla la desolación en que se transforma la lucha de los que lo viven y no lo gozan.

El Carnaval de Barranquilla acontece todos los años en febrero y su historia se remonta al siglo XIX. Mueve la economía y genera cifras para nada despreciables en la región Caribe y en el país, sin embargo no todo es tan bello para los que están fuera del baile, que bien serían llamados por el célebre Eduardo Galeano como “los nadies”.

Ellos son los vendedores ambulantes, los que se rebuscan en el puente de la vía 40, los que ayudan a bajar y subir el caño por algún dinero, son los artistas que se desvanecen y ya no saben más si están haciendo arte o mendigando; algunos de ellos identificados porque cada año usan más o menos el mismo disfraz o porque tienen un traje muy elaborado, tan sublime como el plumaje de un ave, pero que no les da más que para ganar algunas pocas monedas.

Y como si todo esto fuera poco se ve además, en la luz de los reflectores, a los niños trabajando: infantes vendiendo, jugando a ser un show más, disfrazados al son de negros, esperando sacarse una foto con algún espectador para recibir algo de dinero.


También está el que alquila los baños públicos, que más que baños en realidad son una tela para cubrir a las personas mientras se dedican a miccionar; está el del agua, el de los dulces y todos los invisibles que entre las sombras se hallan, y que si se les juntara podría hacerse una comparsa más del carnaval, una no muy feliz, que refleja la realidad de la mayoría de la sociedad nacional, a quienes no les queda más alternativa sino someterse a las inclemencias del clima y a la ignominia de casi que vender su dignidad al ser golpeados por la indiferencia de los de arriba.

Acostumbradas a la romantización las grandes masas no los ven, pero ellos están ahí, en una guerra, explotados, sin dolientes, sobreviviendo en esa situación que para muchos es desconocida pero que no debería serlo. En medio de la falsa sensación de progreso están existiendo, sin un futuro precisamente brillante, por no decir que ninguno, sonriendo porque es lo que toca, cual si fueran bufones en la edad media.

Entre tanta desigualdad pareciera que la siembra de injusticia fuera infinita, pero «hay una manera de contribuir a la protección de la humanidad, y es no resignarse» Ernesto Sábato.
El motor de la historia es la lucha.















