Señorita María: posee una gran sensibilidad para expresar su belleza.  


El estado reconoce sus derechos y acepta las diferencias, pero al mismo tiempo no es capaz de fortalecer instituciones sociales que eviten las violencias a las que esta mujer se ve sometida por ser diferente.

Por Laura Romero De La Rosa para Canal Cultura

Darse la licencia de ser un cuerpo que desafía el binarismo, en un mundo plagado de categorías, estándares o por el contrario normas morales, demuestra que ese supuesto control que cree tener el ser humano sobre la naturaleza no es más que una ilusión derivada de la superioridad que como especie hemos creído tener históricamente. Luego de ver Señorita María, La falda de la montaña (2017), documental dirigido por Rubén Mendoza, uno se pregunta ¿Qué es nacer mujer? ¿Lo determina una vagina? Como diría Simone de Beauvoir: “no se nace mujer, se llaga a serlo”.

Crecer acostumbrados y acostumbradas a que los roles de género son asignados de forma natural dado el sexo y no a que son una construcción social y cultural, es algo que cuestiona por completo la historia de vida de María Luisa Fuentes o también Señorita María, una mujer trans nacida en Boavita, Boyacá (Colombia). Lo más difícil de todo este entramado en que se nos asignan tales roles desde la niñez, tanto que María Luisa se sintió mujer desde niña a pesar de haber nacido en otro cuerpo.

“El sexo es generalmente asignado cuando se observa si el recién nacido tiene o no pene. Si lo tiene, es un niño; si no lo tiene es una niña. El género se desarrolla con el tiempo, y la creencia aceptada tanto en las ciencias sociales como en la literatura médica es que, por salud psíquica y a fin de lograr un desarrollo coherente de la identidad de género, los infantes deben saber que son niños o niñas para el momento en que sus habilidades lingüísticas han alcanzado el nivel adecuado –a los dos o dos años y medio- (Hubbard, 1996).”

Señorita María subvierte la biología, su intensa fe católica desafía a toda una iglesia con sus mandamientos, su cuerpo es un constante tránsito entre lo masculino y lo femenino, si se quiere ver de ese modo, es robusta y fuerte para las arduas labores del campo de amplias jornadas y posee una gran sensibilidad para expresar su belleza.   

“Las concepciones culturales de masculino y femenino como dos categorías complementarias pero mutuamente excluyentes en las que se sitúan todos los seres humanos, constituyen dentro de cada cultura un sistema de género, un sistema simbólico o de significados, que correlaciona el sexo a contenidos culturales, según jerarquías y valores sociales (Lauretis, 1989).”

Probablemente la vida de María Luisa hubiera sido más fácil si a los adultos que estuvieron a cargo de su crianza les hubiera llegado la carta que escribió Chimamanda Gnozi Adiche, sobre cómo educar en el feminismo a su amiga Ijewele quien estaba a punto de dar a luz a una niña, si hubieran tenido en cuenta al menos esta pequeña parte de la tercera sugerencia:

[…]Los roles de género están tan profundamente enraizados que a menudo los seguimos incluso cuando chocan con nuestros verdaderos deseos, nuestras necesidades, nuestra felicidad. Son muy difíciles de desaprender y, por tanto, es importante intentar que Chizalum los rechace desde el principio. En lugar de permitir que interiorice la idea de los roles de género, enséñale independencia. Dile que es importante que aprenda a hacer las cosas y a valerse por sí misma […][1]

Vaya que si aprendió a valerse por sí misma la Señorita María, sin embargo su vida desafiante a esos roles de género se convirtieron en un acto de resistencia en una sociedad que sobre el rótulo de “Estado social de derecho” reconoce que es diferente y que eso debe ser respetado pero que en la realidad y la cotidianidad la vida es a otro precio. Su caso es un claro ejemplo de cómo en Colombia es perceptible la interculturalidad funcional y en el que además se evidencian las violencias a las que se ve sometida una persona por su ser, tal y como lo propone Catherine Walsh:

[…] la perspectiva de interculturalidad funcional se enraíza en el reconocimiento de la diversidad y diferencias culturales, con metas a la inclusión de la misma al interior de la estructura social establecida. Desde esta perspectiva –que busca promover el dialogo, la convivencia y la tolerancia-, la interculturalidad es “funcional” al sistema existente, no toca las causas de la asimetría y desigualdad sociales y culturales, tampoco “cuestiona las reglas del juego”, por eso “es perfectamente compatible con la lógica del modelo neo-liberal existente” (Tubino, 2005).

El estado reconoce sus derechos y acepta las diferencias, pero al mismo tiempo no es capaz de fortalecer instituciones sociales que eviten las violencias a las que esta mujer se ve sometida por ser diferente, libra una lucha constante contra esas estructuras que gobiernan la sociedad que presume de ser moderna, pero que camufla sus intereses para favorecer a quien tenga poder o más ventajas para acceder a capital. La vida de María Luisa en esa zona rural de Colombia permite ver la exclusión, manifestada no solo de persona a persona, también los vacíos institucionales, Boavita es un pueblo que parece estar detenido en el tiempo, en el que ataques de epilepsia se confunden con posesiones demoníacas, donde la atención en salud es precaria y en el que la interculturalidad debe trascender sus discursos para hacerse tangible.

[1] Ngozi Adiche, Chimamanda. Querida Ijewele, Cómo educar en el feminismo. Penguin Random House Grupo Editorial. 2017.

Bibliografía

Millán Benavides, Carmen; Estrada, Ángela María. Pensar (en) género, teoría práctica para nuevas cartografías del cuerpo. Editorial Pontificia Universidad Javeriana. Bogotá. 2004.

Artículos:

  • Género y genitalia: Construcciones de sexualidad y género. Ruth Hubbard. Página 50.
  • La tecnología gel género. Teresa Lauretis. Página 202.

Ngozi Adiche, Chimamanda. Querida Ijewele: Cómo educar en el feminismo. Penguin Random House Grupo Editorial. 2017.

Walsh, Catherine. Interculturalidad crítica y educación intercultural. Convenio Andrés Bello. 2010.

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