Estos monopolios mediáticos se encargan de llenar nuestra mente de odio y miedo hacia los diferentes.
Por Edward Valesco – Opinión para Canal Cultura
Todos los días mueren violentamente miles de personas en el mundo, ya sea por las guerras, la delincuencia, los regímenes totalitarios, las inhumanas políticas públicas de salud, etc. Y en todo ello, está la mano criminal de personas que no ven a las demás, las que son diferentes, como iguales, sino como enemigos, como peligros inminentes o latentes, como objetos para usar, como engranajes que deben amoldarse a la maquinaria insaciable del sistema de producción en el que vivimos y cuyo motor principal es el odio y el miedo.
Porque sembrar el odio y el temor en las mentes de las personas los hace más fácilmente manipulables. De ahí el desesperado interés de los adalides emblemáticos de la ultraderecha que se aprovechan de hechos como los atentados terroristas para vender sus plataformas políticas, multiplicando discursos que señalan y segregan a grupos humanos acusándolos de todos los males de la sociedad, desviando la atención de las verdaderas raíces de la violencia como por ejemplo las desigualdades injustas y la explotación.
Nadie nace odiando, se puede aprender a temer y a odiar desde los hogares, pero también desde la escuela, lugares privilegiados en la construcción de nuestra subjetividad. Es un círculo vicioso donde estos dos estamentos muchas veces sirven a los intereses de quienes detentan el poder para perpetuar sus tentáculos de dominación.
Se nos sigue educando desde todos los ámbitos de nuestra vida en la hipervigilancia, en desconfiar del otro, sobre todo si esa persona no encaja dentro de los estándares de normalidad. Frases como: “¡Cuidado te sales a la calle porque te lleva el loco del costal!”; “Cambiémonos de acera porque viene un negro y de pronto nos roba”; “Todos esos musulmanes son unos terroristas…” “Si el profesor es gay, saco a mi hijo del jardín para que no lo viole…”, “Esas trans son peligrosas, por eso las matan, por ladronas…”. Estos y tantos otros prejuicios recorren el imaginario colectivo, enquistados en nuestra idiosincrasia gracias a los discursos del mismo estado, que ha criminalizado históricamente a quienes son diferentes al modelo masculino, blanco, cristiano, heterosexual. También han sido transmitidos desde los sectores más radicales de la iglesia o de los grupos armados de derecha o izquierda, que ven en los mal llamados “anormales” un peligro para el tipo de sociedad que quisieran construir. Pero además desde la ciencia, que ha patologizado a esas mismas personas tachándolas de enfermas. Así mismo en el sistema escolar donde se intenta disciplinar y normalizar a los pequeños rebeldes, o a través de los medios de comunicación que visibiliza a los grupos “vulnerables” para señalarlos como objetivos del control de las “fuerzas del orden” del estado.
Estos monopolios mediáticos se encargan de llenar nuestra mente de odio y miedo hacia los diferentes. Le Pen en Francia, Trump en Estados Unidos, y en Colombia personajes como la senadora Morales, quien promueve referendos contra los derechos de los sectores LGBT, apoyada por el inquisidor mayor de la procuraduría y las huestes uribistas y conservadoras del congreso, son solo la punta del iceberg del fortalecimiento de las ideologías ultraderechistas que emplean como caballo de Troya las campañas contra un enemigo construido inteligentemente: Los musulmanes, los inmigrantes, los afrodescendientes, los latinos, las personas diversas sexualmente, los habitantes de calle, los campesinos, los estudiantes, entre otros.
Los prejuicios y los estereotipos están a la orden del día. En los medios informativos de los grupos económicos imperantes se nos crea la sensación permanente de intranquilidad, para estar dispuestos a asumir dócilmente las políticas guerreristas y de “limpieza social”, así como las restricciones a nuestras libertades en pro del orden público y la seguridad. Como el peligroso nuevo Código de Policía que está cursando trámite en el congreso.
Ahora en medio de esta conectividad ininterumpida en que vivimos gracias a los grandes avances de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, nos enteramos de todo de manera inmediata, pero también se propagan con mayor rapidez los discursos de odio, y se refuerzan entre sí apoyados en dinámicas de exclusión, discriminación, y eliminación del otro. La opinión pública es movida por el sentimiento visceral del odio. Entonces el instinto de conservación se activa y reacciona contra la amenaza de la diferencia, justificando supuestamente la autodefensa que ejerce justicia por su propia mano, porque al parecer el estado nunca es eficiente en la protección de la población.
La violencia es criticada y repudiada, pero solo cuando es contra los que de alguna manera encajan o se parecen en algo a nosotros. De otro modo la muerte es considerada como legítima. Los muertos se catalogan de acuerdo a su origen, religión, género, sexualidad, raza y muchas otras características que los distinguen de la mayoría.
Así pues se llora a algunos y se ignora a otros, dependiendo de estos factores diferenciales, porque no todos son importantes para quienes informan y mucho menos para quienes consumimos dicha información. Las víctimas necesitan generar rating para que su muerte llegue a nosotros, para mover intereses, nada es gratuito en esta red de poderes múltiples. Las miles de mujeres asesinadas a diario, de africanos ahogados en el Mediterráneo, de víctimas de los ataques de las potencias en oriente; de mujeres y hombres transgénero masacrados a diario… No pintan de colores los perfiles de Facebook, ni los monumentos y edificios famosos… Porque hacen parte de aquellas “minorías” ante las cuales la sociedad prefiere voltear la mirada hacia otro lado ya que al fin de cuentas… “su expectativa de vida no era muy alta después de todo”.
La lucha debe ser de tod@s, a diario, en todo lugar, cuestionando nuestros privilegios, y educándonos unos a otros en el respeto a las diferencias, porque si no el odio seguirá creciendo y llevándonos a la destrucción de todo lo que nos rodea.
Se mata lo que se odia, se odia lo que se teme, se teme lo que no se conoce. Entonces, empecemos por conocernos y respetarnos, por aprender de nuestras diferencias, que en vez de ser vistas como una amenaza nos permitan crecer como comunidad, nutridos por la gran riqueza de la diversidad.
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