Por Shir Camacho*
Uno de los referentes históricos de cinco décadas de violencia en Colombia es el desplazamiento forzado. Nuestro país tiene una de las más numerosas poblaciones de desplazados internos en el mundo, siendo el conflicto la principal causa de este fenómeno su rápida y continua expansión desarrolló una situación no muy al margen de la costumbre.
“Acaso soy invisible!” fue el grito recriminado de una anciana indígena postrada en un rincón de un puente peatonal, sobre la cual pesó más la imprudencia argumental de la prisa que mi estado consciente de respeto y sensibilidad, pasar por encima de sus pies como esquivando un obstáculo propio del camino que carga la urgencia.
Sentada sobre un pedazo de cartón para compasar el frío de las estructuras metálicas, su espalda apoyada en el barandal, las piernas estiradas y con una de sus manos sosteniendo una pequeña lata que agitaba como referencia para que fuesen depositadas en ella las caridades de los transeúntes, la anciana, en medio del bullicio y el azore que colma una hora pico en Bogotá, exclamó su indignación. Yo, lo suficientemente apenada, retrocedí para darle un par de monedas que llevaba en la mano. A todas estas advertí, que no pretendiendo actuar con insensatez o menosprecio, procedí de la manera más corriente, con el perverso hábito de ignorar.
Escandalizarse, en nuestro tiempo, ha tomado connotaciones estrictamente moralistas, referentes como el desplazamiento, la guerra, el hambre, la manipulación mediática, los paradigmas socioculturales, la violencia, el capitalismo, el maltrato medioambiental, los pederastas…, etc., son noticias recurrentes en nuestro diario, tanto, que son alimento indispensable en nuestra rutina auditiva y visual por lo que solo se aprecia en el imaginario dramático, irremediable y propiamente legitimo de la época. Un escándalo merece el apelativo cuando hay afecto público entre dos personas del mismo sexo, cuando hay opiniones que contradicen las convicciones colectivas, cuando un individuo elige entre fumar un porro o consumir una botella de alcohol, cuando una mujer decide liberarse de sus cargas apostólicas, cuando hay desnudos o una que otra celebridad midiendo sus límites de alcohol en la sangre.
No quise solo asumir que para los “moralistas” es mucho mas inaceptable y ominoso un acto feminista de libre personalidad, donde la intención de mostrar mis pechos en igualdad de condiciones frente al hábito “natural” del varón de descamisarse, representa una alarmante acción de repudio y señalamiento.
El experimento consistió en salir a la calle con una camiseta poco fabricada, con mis pechos algo relucientes y llamativos, con un estampado en mi espalda que sugería mi estado invisible, y por el que evidentemente no pasaría desapercibida. Un par de tetas al aire y una pequeña caminata fueron suficientes para alterar la tranquilidad de un domingo de cicloruta en Bogotá. El asomo no se hizo esperar, entre algunas miradas masculinas encantadas y el rostro frio y ofendido de la mayoría de los transeúntes se hizo notable el rechazo de las gentes frente a situaciones que resultan tan superfluas en comparación a las problemáticas sociales de nuestro país.
Soy invisible cuando evidentemente no lo soy por ir medio desnuda, son invisibles cuando evidentemente no lo son por ser los rostros del maltrato, la crueldad y la injusticia como pan de cada día, por llevar la insignia de ciudadanos sin patria, la garantía del olvido que honra este gobierno y la impasibilidad de un país entero.
La unión de las fuerzas ofendidas se alzó, un grupo de voces vulneradas por mi apariencia acudieron a las autoridades para ponerlas al tanto de mi inaceptable presencia y acto seguido fui expulsada de la cicloruta por exhibir mi torso en la vía pública.
La acción no pretende erradicar la mendicidad y el desplazamiento, pero si busca mostrar como nuestro conformismo frente a todas las acepciones de “fenómeno social” empeoran las situaciones de las personas que padecen directamente el abuso y las consecuencias de la guerra, y ante todo, la desatinada influencia del sistema en las mentes de quienes consideran mas aberrante un desnudo que un mendigo.
*Periodista, blogger en el psicotinte de yo y colaboradora de Canal Cultura.
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