De entre todas las películas realizadas por Orson Welles, “El proceso” es una de las más fascinantes. En ella convergen la personalísima forma de entender el cine de Welles con uno de los genios de la literatura europea moderna: Franz Kafka.
Plasmar en la pantalla una novela como “El proceso” es, a primera vista, una tarea ardua. Para lograrlo, Welles hace uso algunas innovadoras estructuras narrativas y plásticas que han hecho de este film una obra personalísima del director; un trabajo que, más allá de la simple adaptación de una novela, adquiere relevancia propia como obra única de la cinematografía.
El protagonista, Joseph K despierta una mañana y descubre en su habitación la presencia de dos agentes de policía que le comunican que está arrestado. A pesar de sus intentos, no consigue saber qué delito se le imputa. A lo largo de la trama, Joseph K. acudirá a todas las esferas posibles de la justicia en busca del origen de su culpabilidad. Pero no sólo no logra saber de qué se le acusa, sino que es condenado, muriendo en la ignorancia víctima de la burocracia de una sociedad absurda.
Sin embargo, a diferencia de la obra original en la que el hombre lucha contra su propia naturaleza en un proceso sin sentido, Welles hace suyo el texto kafkiano para construir una crítica contra los estamentos del poder.
Él mismo interpreta el papel del abogado (Hasler Huld en la novela de Kafka) como máxima representación de ese poder corrupto. La escena de la discusión final entre protagonista y Welles es clara: a Joseph K. no se le ofrece sino una solución conformista como única salida, porque el proceso está en realidad resuelto y decidido desde un principio, cuando en las primeras escenas se narra la leyenda del hombre al que le es imposible entrar en las puertas de la ley.No obstante, lo que hace que “El proceso” conserve su carácter innovador a pesar del transcurso de los años no es el mensaje subyacente en la película, sino el empleo de los recursos cinematográficos y el extraordinario tratamiento del espacio del que hace gala, que logran convertirse por sí solos en protagonistas indiscutibles del film. Orson Welles plasma con maestría absoluta la angustia y el surrealismo de la trama utilizando diversos espacios físicos (pasadizos que llevan a Joseph a su trabajo, al teatro, a la sala judicial o a visitar al abogado) montados de modo aparentemente arbitrario, para que el espectador no tenga demasiada idea de donde se encuentra en cada momento y para transmitir esa sensación de desasosiego que vive el protagonista. Los techos de las estancias cerradas son siempre bajos, casi se diría que existe la altura justa para respirar. La iluminación, la fotografía (con utilización casi abusiva del claroscuro) y los planos con grandes ángulos y profundidad en los espacios abiertos están planeados para aumentar el mismo efecto.
Anthony Perkins, con su apariencia de hombrecillo frágil, es el actor perfecto para el personaje, sobre el que pesa constantemente un gran sentido de la culpabilidad a pesar de saberse inocente, sucumbiendo su conciencia ante la intimidación de la autoridad. Pero también cabe destacar el plantel de secundarios, como Jeanne Moreau o Romy Schneider, actores incondicionales de Welles que estuvieron de su lado siempre, a pesar de contar con muy pocos apoyos económicos por parte de la industria cinematográfica del momento.
Es difícil seleccionar de este film las mejores escenas, pues todas poseen esa frenética intranquilidad que quiso transmitir Welles y contienen innumerables detalles que las convierten en un regalo para los sentidos. Pero puestos a escoger, yo me quedaría con algunos momentos que se me antojan sublimes en la película. Uno podría ser cuando Joseph k. llega por primera vez a su oficina y se escucha el estruendoso sonido de las máquinas de escribir que abarrotan la sala; momento que Welles filma con espectacular profundidad de campo y exageración en los ángulos para lograr el efecto de inquietud ante las acusaciones que envuelven al protagonista.
Otra escena imperdible es la persecución que sufre por parte de las niñas a través de los subterráneos del tribunal entre estrechos y angustiosos pasillos: las sombras, los chillidos y la desfiguración de las imágenes recuerdan bastante la escena de los espejos de “La dama de Shangai”, y representan categóricamente la angustia que siente Joseph k. lanzado a la suerte de un mundo arbitrario y caótico.
O la escena en la que va vagando entre una muchedumbre de presos semidesnudos frente a los que se alza esa enorme figura amortajada; tremenda metáfora de la suerte de abandono y desamparo que, al igual que padecieron los presos judíos que parece representan, sufre ahora el protagonista.Y, como no, la que menos desperdicio tiene como contenido es la discusión con el abogado, personaje que la cámara casi siempre enfoca para que resulte omnipresente, más grande y por encima del acusado, y que ofrece como resolución al laberinto kafkiano la elección entre someterse al sistema o la condena; una extraordinaria alegoría al sustento del poder de la justicia en la que se deja claro que lo que convierte al reo en culpable no es el delito que haya o no cometido, sino la sistemática acusación a la que se le somete y el sentimiento de culpabilidad inherente en el ser humano. Porque la misma culpabilidad que hace posible que Joseph k no se enfrente a la trampa de la justicia será la que le lleve a la condena y a la muerte como individuo.
La película fue rodada en gran parte en la antigua Gare d´Orsay parisina, cuyas ruinas parecían reunir las condiciones perfectas para decorar las pesadillas laberínticas en las que se ve inmerso Joseph K. Las escenas de paisajes abiertos pertenecen a las ciudades de Roma y Zagreb, escenario de la monumental catedral que aparece en las escenas finales de la película. Welles encontró numerosos obstáculos para la realización de este film, pues por aquel entonces su genio todavía no era suficientemente comprendido por parte de crítica y público, hecho que tenía como consecuencia el tropiezo constante de sus proyectos en lo referente a la financiación. Por fortuna logró reunir el capital suficiente, gracias al apoyo del productor Alexander Salkind, y podemos hoy, cuarenta años después, disfrutar de esta obra maestra de la cinematografía de imprescindible visionado para cualquier amante del cine.
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Fuente: http://babel36.wordpress.com/2009/03/04/el-proceso-de-orson-welles-1962/
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