Los espíritus visionarios que buscan intervenir en la monotonía de los habitantes de esta ciudad, mostrar en mejor medida su determinación de no dejar morir el arte.
Por Shir Camacho
El Festival clandestino de música, arte y cultura afro Caribe llevado a cabo en la ciudad de Cartagena y el primero en su clase, es una iniciativa encabeza por Funk-cho Salas y un grupo de artistas cartageneros guidados por el deseo de generar espacios de participación, interacción y reconocimiento de las artes y los talentos caribeños.
Al mejor estilo de las fiestas underground de los años 70s cuando Freddie Mcgregor se daba a conocer en la esfera musical jamaiquina como “Little Freddie”, el patio del Marbella beach hostel se convirtió en un escenario incluyente para la interacción de bandas como Sr. Toustado, Makia house, Funk-cho y el Caribefunker, Marmagush, Dinosaurio de goma, Leon Pardo, entre otras, y con las colaboraciones de Federico Rodriguez y Jesús Oiocatá, se propició un espacio para dinamizar las expresiones culturales y un puente para los artistas no reconocidos.
Dos días de una intensa descarga sonora y visual, intervención de murales en tiempo real, más de 25 voluntarios y alrededor de 500 asistentes hicieron posible esta primera edición de un festival, que en palabras del mismo Funk-cho, surgió del sudor y las ganas de algunos grupos locales que proponen sonidos auténticos con el afán de sacar al público de sus rutinas musicales.
A mi modo de verlo, los artistas emergentes han de buscar por todos los medios ser visibles ante los ojos del mundo, abriéndose paso en una década donde el arte se entiendo solo como un movimiento de resistencia y como una herramienta de crítica y cuestionamiento de las políticas y las reformas sociales, no precisamente, como un medio de trabajo, expresión, divulgación, transformación y creación de ideas. Aunque esto último si está muy claro entre quienes controlan nuestro sistema industrial, el arte vuelve a las gentes inquietas e insatisfechas, razón por la cual cada vez son menos asequibles los apoyos en el ámbito cultural, es más fácil ofrecer pequeñas dosis sucedáneas de tranquilizantes novelescos y realities para hacernos olvidar que somos seres humanos.
Me atrevería a afirmar que en la actualidad promover espacios de intersección cultural es todo un lujo. La gente sale adelante sin leer nunca un libro o ver un cuadro, por ejemplo. Con respecto a la música sí, la música siempre la necesitaremos. No necesitamos buena música, pero música. Tal como están las cosas ya la gente no escucha buena música, las letras de las canciones alcanzan popularidad según el grado vulgar y monosílabo que tengan, en lo que a mí respecta, creo que no habrá un método más efectivo y silencioso para proveernos de un bienestar químicamente inducido.
No digo que vaya a seguir así por siempre, en realidad sería catastrófico imaginar algo peor que lo tenemos ahora, pero sé que no va a mejorar abandonando los pocos recursos, impulsos, talentos y ganas que hoy tenemos. No creo que sea cuestión de necesitar más derechos, lo que creo es que necesitamos ideas mucho más solidas y tener el dinamismo para materializarlas.
“Con un gran esmero y muchas gotas de sudor es que se logran este tipo de proyectos” dice Funk-cho, y es precisamente esa unión de fuerzas la que logra poner en pie este festival clandestino que pretende incentivar la promulgación de los talentos locales, este tipo de iniciativas es además un abrebocas de los espíritus visionarios que buscan intervenir en la monotonía de los habitantes de esta ciudad, mostrar en mejor medida su determinación de no dejar morir el arte y, por el contrario, proporcionar espacios de discernimiento, exploración y formación de públicos nuevos y participativos.
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