«Habibi es el primer largometraje que se ha rodado en su totalidad en Gaza en los últimos 15 años. Cuenta la historia del amor imposible entre dos palestinos, cuya tradición les impide estar juntos en su propia tierra».
Dicen que la magia tiene truco, pero yo no acabo de creérmelo. Cuando llegué a la Royal Film Commission y entré, sin esperármelo, en aquel anfiteatro al aire libre, con unas magníficas vistas al casco viejo de Amán, y con la Ciudadela brillando al fondo, supe que aquella magia era real.
Encontré un sitio privilegiado para ver la película Habibi, parte del Festival de cine Franco-árabe que se celebra todos los años en la capital. Ya había oscurecido y una brisa fresca nos acariciaba el pelo, haciéndonos olvidar el calor que habíamos pasado unas horas antes. Mis ojos se debatían entre las imágenes de la película, los subtítulos a toda velocidad y el telón de fondo. En un momento, durante la proyección, pude divisar, a lo lejos, unos fuegos artificiales mudos. La magia existe. Yo la sentí en mi piel aquella noche de verano.
Habibi es el primer largometraje que se ha rodado en su totalidad en Gaza en los últimos 15 años. Cuenta la historia del amor imposible entre dos palestinos, cuya tradición les impide estar juntos en su propia tierra.
Lo interesante de esta película no es sólo lo que cuenta sino lo que muestra: la realidad cotidiana de los palestinos que viven en Gaza. La ocupación israelí. Las balas perdidas. El muro de la vergüenza. La represión. El abuso. La desesperanza. El embargo. El rechazo a los americanos. La falta de movilidad incluso en territorio palestino (entre Gaza y Cisjordania). El peso de las normas sociales que se añade al yugo israelí. La discriminación. La resistencia. El fundamentalismo. La traición. La diferencia de género. Hamas. El sinsentido de la vida. Los sueños rotos.
Qays no tiene derecho a amar a Layla porque no es lo suficientemente bueno para ella. Como le dice al padre cuando va a pedirle la mano de su hija: ¿No tenemos bastante con la ocupación? ¿Tenemos los palestinos que hacernos la existencia aún más difícil? Pero el padre lo echa furioso a la calle. No quiere que un refugiado se case con su hija. Qays no se rinde. Se niega a perder la esperanza de tener un futuro. Todavía no. Y lucha con lo único que le queda: la poesía.
“La poesía es un arma cargada de futuro”, – decía nuestro Celaya.
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Gracias, compañero. Me honra que un bloguero de tu talla no solo tenga tiempo de pasarse por mi humilde morada sino también de invitar a otros a hacerlo… Ya sabes que yo te sigo de cerca. Me encantas.
Un abrazo
Ufffff me dejas sin palabras con tu comentario. Puedes contar siempre con Canal Cultura. Gracias Adwoa, un fuerte abrazo.