– Si en Jordania hubiera más mujeres como vosotras, se acabaría la guerra en Siria.
Cretino, pensé. Bueno, en realidad lo que pensé fue “fucking idiot”. Mi compañera sonrió educadamente.
– Si os doy 20 JOD* – siguió con esa voz que sólo los imbéciles saben poner – ¿compraréis bocadillos y los repartiréis entre los refugiados? – hizo ademán de sacar su cartera.
– Me parece que las cosas no funcionan así – le contestó mi compañera con su dulce voz y sonrisa de caramelo. Yo le hubiera mandado a la mierda, que es donde los imbéciles como él deberían estar. Pero es que yo tengo menos clase.
– La guerra es una cosa horrible – insistió con voz teatral. – ¡Ojalá que Assad quite pronto el poder!
– Ojalá que se muera pronto – dije yo. Me salió sin pensar. A veces me pasa, digo cosas sin filtrarlas primero mentalmente. No sé de dónde vienen. Sólo que salen por mi boca como un eructo. Irremediablemente. Y con brutalidad.
– ¡Oh, no! ¡No digas eso! – dijo el cretino.
– ¿Por qué no? – le pregunté muy seria. Había que mantener el tipo hasta el final. – En lo que a mí respecta, en Siria hay una guerra y en las guerras, por desgracia, muere gente. Hubo una época en que los muertos eran soldados. Las guerras de hoy día, sin embargo, se ceban con los civiles. Si decenas de miles de civiles están muriendo por culpa de Assad, ¿por qué no él? Al fin y al cabo, se le puede considerar un soldado.
Me quedé con las ganas de decirle que se metiera sus 20 JOD por donde amargan los pepinos. En Jordania cruzan la frontera una media de 1.000 refugiados diarios. ¿A cuántos refugiados pretendía alimentar con sus míseros 20 JOD?
Conseguí escandalizar a mi compañera durante un buen rato y que el cretino no volviera a dirigirme la palabra en lo que quedaba de día (¡ay, qué pena más grande!). Y a mí dolió pagarle una fortuna por un tour timo a los corales de Aqaba. El muy sinvergüenza nos montó en un barco donde tardamos una hora en llegar a la misma playa en la que habíamos estado el día anterior, a diez minutos en coche. No sólo era un imbécil sino que además nos trataba como sus semejantes. No hay cosa que más me joda. Que me timen. Es una cuestión de orgullo, aunque no tenga ninguno.
Veo, veo
¿Qué ves?
Una cosita
Desde que me saqué el título de submarinista hace algo más de diez años en Sídney, para ir a la Gran Barrera de Coral, no he viajado mucho por las profundidades del mar; por lo que no tengo mucha experiencia en lo que a vida marina se refiere. En las contadas ocasiones en que he vencido mis miedos y me he aventurado en el fondo del mar, he visto corales de mil colores, rayas, tortugas, pezqueñines, pezquegrandes (incluidos tiburones de arrecife, que no muerden, pero que a mí me siguen infundiendo respeto), la familia de Nemo, Sebastián, “concordias”, latas de coca-cola, zapatos, paquetes de tabaco, bolsas de plástico… Lo típico.
¿Y qué cosita es?
Empieza por la “t”
¿Qué será? ¿Qué será? ¿Qué será?
¡Tanque!
Sí, con esa misma cara me quedé yo cuando lo vi. Parece ser que se les perdió a los rusos, pero no pude averiguar en qué ocasión. Si alguno de vosotros se encuentra por casualidad con el ruso que lo perdió, sed buenos, y decidle dónde está (en Aqaba, en las playas del sur, camino de Arabia Saudí). Lo reconoceréis porque estará cantando amargamente:
¿Dónde está mi tanque, matarile, rile, rile?
¿Dónde está mi tanque matarile, rilerón?
Y vosotros, que sois muy list@s, conoceréis de inmediato su lenguaje secreto y responderéis:
En el fondo del mar, matarile, rile, rile.
En el fondo del mar, matarile, rile, rilerón.
¡Chin pon!
* La cosa está mu malita, así que, a día de hoy 1 JOD equivale a 1 Euro aproximadamente.
Historias para no olvidar, gracias: La puerta entornada