
BBC Mundo
Anderson recibió a BBC Mundo en su estudio, poco después de llegar de su último viaje.
Mientras Jon Lee Anderson se reunía con Abu Khaled, un líder del Ejército Libre de Siria, en la ciudad Rankous, estalló afuera un tiroteo entre rebeldes y soldados del gobierno que se prolongó toda la tarde.
El periodista tuvo que refugiarse en un patio donde había una pareja, un bebé y una anciana que lloraba y cortaba manzanas. Solo hasta que llamó al más alto funcionario gubernamental que conocía, quien lo regañó por estar ahí sin una comitiva oficial, Anderson logró salir en un corto alto el fuego. Esa noche de enero, Abu y su hijo murieron.
Jon Lee Anderson es reportero del semanario estadounidense The New Yorker, donde escribe perfiles y crónicas políticas o de guerra diez veces la longitud de este artículo.
Aunque la primera parte de su carrera la dedicó a escribir sobre América Latina, después del 11 de septiembre de 2001 se enfocó en otra región: cubrió Afganistán, Irak, Libia, Liberia, Sudán y Siria, donde se desarrolla un conflicto sobre el que habló con BBC Mundo en su casa del sur de Inglaterra.
Durante meses, las voces que hablaban de una guerra civil en el país árabe se multiplicaron. Este miércoles, por primera vez, fue el presidente Bashar al Asad quien describió la situación en esos términos al referirse a «un verdadero estado de guerra civil».
La encrucijada del periodismo

Así como pudo haberle ocurrido a Anderson en Rankous, varios periodistas de medios occidentales murieron en Siria desde el inicio de las revueltas. Tres de ellos, amigos suyos: Anthony Shadid, Remi Ochlik y Marie Colvin, que murió en el bombardeo de una casa donde los rebeldes albergaban periodistas. «No puede ser casual que a la mañana siguiente de que Marie hubiese hablado con la CNN por un teléfono satelital hayan caído 11 morteros a esa casa», dice Anderson.
Siria no ha sido un conflicto fácil para los periodistas internacionales, cuya labor cubriéndolo muchos consideran necesaria. «No creo que el régimen quiera periodistas muertos», dice, «pero en Siria la vida de uno está en mano de otros».
En Libia la cobertura se facilitó por el creciente poder territorial de los rebeldes. Y en Egipto, señala, no vimos una revolución clásica, sino una manifestación, en ocasiones violenta, en una plaza urbana. «Siria, en cambio, sigue siendo un país controlado por el gobierno a pesar de haber un enfrentamiento abierto».
¿Qué opciones tiene, entonces, un periodista?
«Puedes entrar a Siria por la frontera turca con el ejército rebelde y correr el riesgo, físico y periodístico, de tener una mirada muy local: unos pueblos, unos combates, unos combatientes. Eso no te da la visión oficial y global del conflicto, que sigue siendo la parte gruesa. Entonces la otra vía es la oficial e intentar empujar la raya para contactar a los rebeldes. Yo hice eso porque una vez estás con el régimen es más fácil hablar con los rebeldes, y no al contrario. No hay nada dicho con el gobierno, pero tenerlo de mi lado, por ejemplo, me salvó de la encerrona en Rankous».
Después de un año y medio de conflicto se genera cierta apatía de las audiencias hacia el conflicto. ¿Cómo sería una cobertura ideal del conflicto sirio que interesara a las audiencias?
«Los detalles son la única forma de lograr un impacto. Más que el ruido blanco, más que el barullo que leemos por estos días, sería ideal poder generar sensaciones a través de detalles que vuelvan a tocar los sentimientos de la audiencia. Pero con la visa de máximo 10 días que te dan, y en medio de semejante violencia, es muy difícil hacer una ilustración de cómo ocurren las masacres, de quiénes son las víctimas».
Guerra contra sí misma
Jon Lee Anderson

Aunque graba las entrevistas, Anderson confía más en las anotaciones para hacer reportería. A la derecha, una de las libretas que usó en Homs, Siria.
Estuvo en Siria en enero de 2012 y en 2006. Mientras espera una respuesta de la embajada Siria para tramitar una nueva visa, escribe un artículo sobre Sudán.
Nació en California y vivió en Corea del Sur, Colombia y Taiwán, entre otros.
A los 22 años fue reportero del periódico en inglésThe Lima Times, basado en la capital peruana.
Sus libros traducidos al español incluyen «El dictador, los demonios y otras crónicas» (2009), «La caída de Bagdad» (2006) y «Guerrillas» (1996).
Ha escrito sobre Pinochet, Chávez, Baltasar Garzón, las favelas en Río y sobre Cuba, donde vivió y escribió la biografía de Ernesto Guevara.
Es profesor de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano.
Según diferentes fuentes, entre 15 y 20 mil personas han muerto desde el levantamiento, la mitad de los cuales eran civiles. La ONU advirtió que temía que el conflicto sirio se convirtiera en una guerra civil a gran escala y de larga duración.
¿Qué es una guerra civil?
«Es un escenario en el que sectores significativos de la sociedad empiezan enfrentarse abiertamente y uno de ellos es el gobierno. Pero esta es una guerra civil con muchos matices que se mueven de manera heterogénea en un contexto internacional. Siria, como territorio, solo existe hace 80 años».
¿Por qué dijo que Siria está en guerra contra sí misma?
«Hace 50 años los alawitas que están en el poder eran una minoría. Estamos ante una insurgencia que, sí, es parte de la primavera árabe y pide un estado democrático, pero que además es mayoría sunita y pide un cambio en la correlación del poder. Siria está en guerra contra sí misma. Si bien Siria era señalada como un país que aceptaba las minorías, esa estabilidad era como una torre de naipes: se cae una y se derrumban todas».
¿Cuál puede llegar a ser el futuro de este conflicto?
«La psicología de Asad es matar a su enemigo y esperar que ese enemigo se vuelva pasivo. Eso no va a pasar. Es el comienzo de un conflicto abierto que dentro de poco se va a empezar a llamar como lo que es, una guerra civil. Siria no va a salir ilesa de ésta y lo que venga puede ser peor. Yo no veo cómo pararlo: la única lógica que se aplica es la de matar. Hay momentos en que los pueblos se ponen así y no hay nada que los pare, porque las minorías que están ahora en el poder no ganan nada hablando: cualquier tipo de mesura en Asad se vería como fisuras del régimen que los rebeldes aprovecharían para derrocarlo».
Comunidad internacional

Para Anderson, misiones de observación como la que hizo la ONU es lo único se puede hacer. Pero eso no va a detener la guerra. «Tan triste es esto, tan patéticos somos, que lo mejor que podemos hacer es ir a ver cómo se mata la gente».
La entrada de la comunidad internacional haría que el conflicto pase a una etapa más avanzada: que dejara de parecerse a Bosnia, en los 90, y se volviera como la guerra entre Irak e Irán en los 80.
La conversación de Anderson con BBC Mundo concluye con un análisis histórico: a pesar de que Asad (así como Mubarak, Gaddafi y Ben Ali) fue cercano a algunos países de occidente antes del levantamiento, hoy no hay una crítica generalizada de aquello. «Asad estaba encamado con occidente en 2010», dice.